lunes, 15 de agosto de 2011

Madrid - Nowa Huta

Al poco de finalizar la Segunda Guerra Mundial las autoridades comunistas polacas decidieron erigir una nueva ciudad que representara los valores del socialismo en pleno cinturón metropolitano de la catolicísima Cracovia. Ni que decir tiene que la nueva ciudad se planificaría como oficialmente atea y no se permitiría en ella la construcción de iglesias ni los símbolos religiosos. La ciudad se llamó Nowa Huta (nueva siderurgia) pero todo el mundo la conocería como "la ciudad sin Dios".
Hoy en día, éste y otros intentos de prohibir las prácticas religiosas llevados a cabo por regímenes dictatoriales de todo tipo nos pueden parecer lejanos tanto en el tiempo como respecto a nuestra realidad social y política. Tendemos a pensar que, por el hecho de que primero el nazismo y después el comunismo hayan sido eliminados del poder, al menos en Europa, nos hemos librado de su influjo totalitarista. Nada más lejos de la realidad. Su terrible influencia sigue viva en nuestra sociedad e incluso dentro de nosotros mismos.
Las tendencias filosóficas surgidas en el XIX con la industrialización preconizaron un hombre nuevo y todopoderoso que habría de destruirse a sí mismo con saña y precisión durante la primera mitad del XX. Nietzsche anunció con euforia que Dios había muerto, y que el hombre sería ahora el rector de los destinos del Universo. Años después, un avezado periodista escribió la siguiente nota necrológica: "Nietzsche ha muerto. Firmado: Dios." Marx nos explicó que la lucha entre el bien y el mal es la lucha entre los obreros y sus explotadores, que utilizaban la religión para mantenerles dóciles y entretenidos. Quienes le siguieron habrían de soportar después sucesivas oleadas de más y peores esclavizadores. Quienes ignoran a Dios desconocen completamente la naturaleza humana.
Cuando en 1935 Pierre Laval, entonces ministro de exteriores francés, le pidió a Stalin un gesto de benevolencia hacia el Vaticano, el genocida respondió: "Pero, ¿cuantas divisiones tiene el Papa?." Décadas después, el comunismo fue vencido, pero no en los campos de batalla, sino en los corazones de los hombres que añoraban su libertad, secuestrada en nombre de su propia felicidad. La obsesión por lo material propia del industrialismo es una quimera, una utopía de usureros que no puede hacer felices a los hombres porque el hombre es algo más que materia y porque, en cualquier caso, su lado material es frágil y perecedero.
Todas las ideas, todos los proyectos de un mundo sin Dios han fracasado y han llevado siempre a problemas mucho más graves que los que pretendían solucionar. Pero no nos engañemos, la derrota de los regímenes que intentaron aculturar al hombre, alejándole de sus raíces y creando una nueva religión pagana que expulsaba a Dios para poner en su lugar a la nación, al líder o al partido, no ha implicado la derrota de las ideas que los originaron. El hombre del siglo XXI es hedonista, idolatra la juventud, la belleza y el éxito y desprecia a los que son débiles, indefensos o viejos, olvidando que todos seremos así alguna vez, en una suerte de darwinismo social similar al del fascismo. Reclama sus derechos y se inhibe de sus obligaciones, esperando que el Estado lo solucione todo, como bajo el comunismo.
Ante la visita del Santo Padre a Madrid con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, nos hemos encontrado con la reacción contraria de los sectores laicistas de siempre, agrupados bajo el lema "Madrid sin Papa." En realidad lo que buscan no es otra cosa que una "España sin Dios", en la que la religión sea tan sólo un aspecto particular y privado que se deba recluir puertas adentro de nuestros hogares. Esto nos ha traído a la mente el recuerdo de Nowa Huta, "la ciudad sin Dios."
En realidad la prueba más palpable de que las ideas que forjaron los regímenes totalitarios no han fracasado pese al hundimiento de éstos, la obtenemos al contemplar todas las grandes ciudades europeas modernas. Todas parecen Nowa Huta, todas son "ciudades sin Dios", pues la vida que se lleva en ellas y las normas que las rigen están muy alejadas del ejemplo de Jesucristo y, por tanto, de la propia tradición y cultura europeas.
Pero, ¿que pasó con Nowa Huta?. Como es bien sabido, ante la prohibición los obreros de Nowa Huta construyeron una cruz en secreto y la instalaron sobre la colina donde querían construir su iglesia. Sucesivas cruces fueron derribadas con bulldozers y vueltas a erigir por el pueblo polaco. Karol Wojtyla, entonces obispo de Cracovia, lideró la protesta pacífica personalmente y con gran valentía. Finalmente, con el trabajo manual de todos se erigió una iglesia sobre aquella colina, que representó un símbolo del triunfo del espíritu sobre la maquinaria y las armas.
La visita del Papa y la reunión de centenares de miles de jóvenes católicos es un gran acontecimiento para Madrid y para toda España. Por unos días la capital se convertirá en algo parecido a la "ciudad de Dios" que soñó San Agustín. Demos pues, como en Nowa Huta, una respuesta pacífica pero contundente frente a los que quieren alejar la religión de nuestros espacios públicos. Apoyemos la JMJ. Madrid, con el Papa. Madrid, ciudad de Dios.

lunes, 6 de junio de 2011

Economía: la pregunta fundamental

Tradicionalmente nos ha sido enseñado que la economía da respuesta a tres preguntas fundamentales: ¿Qué?, ¿cómo? y ¿para quién? producir. Las respuestas a estas tres preguntas, es decir, la producción, la división del trabajo y la distribución, definirían las características fundamentales de todo sistema económico. Así, habría sistemas más o menos eficientes según cómo se contestase a estas preguntas.

Sin embargo este enfoque racionalista se queda corto pues se olvida de la pregunta fundamental: ¿para qué producir?. La respuesta más evidente nos diría que para cubrir las necesidades humanas, pero inmediatamente surgiría la siguiente pregunta: ¿cuáles y cuán importantes son esas necesidades que condicionan cuanto hacemos o dejamos de hacer en esta vida?. En una economía básica y de mera supervivencia la naturaleza de estas necesidades sería fácil de identificar. Las reglas de la economía reinan donde gobierna la escasez. Pero nuestras sociedades presentes son complejas y nuestras actividades no se limitan, por lo general, a la cobertura de necesidades meramente físicas.

Nos hallamos pues ante un caso ciertamente paradójico, un pensamiento económico que idolatra la eficiencia sin haber definido previamente los objetivos. Es el tipo de paradoja que Chesterton puso de manifiesto en su gran obra “Herejes”:

“Ninguno de los grandes hombres de las grandes edades habría entendido lo que ahora se entiende por «trabajar para la eficiencia». Hildebrand hubiera dicho que él trabajaba, no para la eficiencia, sino para la iglesia Católica. Danton hubiera dicho que él trabajaba, no para la eficiencia, sino para la libertad, la igualdad y la fraternidad. Aun cuando el ideal de tales hombres hubiese sido sencillamente el ideal de echar a una persona a puntapiés escaleras abajo, pensaban en el fin como hombres, no en el procedimiento como paralíticos. No dijeron: «Elevando eficientemente mi pierna derecha, usando, como observáis, los músculos del muslo y de la pantorrilla, que erige, en excelente funcionamiento...» Sus sentimientos eran bien diferentes. Se hallaban tan poseídos de la hermosa visión del hombre tendido cuan largo era al pie de la escalera, que, en ese éxtasis, lo que había que hacer ocurrió como un relámpago.”

(G.K. Chesterton, Herejes, capítulo I)

El hombre moderno ha expulsado a Dios, y por tanto a la moral, de la economía, pensando que de esa forma se ganaba en eficiencia. Pero al prescindir de lo trascendental se ha quedado inmediatamente sin objetivos. Si las vidas de los hombres, en un mundo creado por nadie y para nada, fuesen absurdas y sin sentido, la actividad económica de éstos habría de ser, por ende, igualmente absurda y sin sentido. ¿Qué obtenemos siendo eficientes en un mundo así?. ¿Para qué habríamos de ser eficientes?. Como vemos no se trata tan sólo de restaurar un comportamiento moral o ético que ha sido expulsado previamente de la economía, llevando a prácticas comerciales y bancarias que han dado los nefastos resultados que ahora padecemos. La moralidad por sí sóla, entendida como un mero comportamiento mecánicamente benevolente, tampoco nos ayuda a encontrar dichos objetivos, como nos enseña la encíclica Caritas in veritate:

“La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad. Esta luz es simultáneamente la de la razón y la de la fe, por medio de la cual la inteligencia llega a la verdad natural y sobrenatural de la caridad, percibiendo su significado de entrega, acogida y comunión. Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario.”

(Benedicto XVI, Caritas in veritate, 3)

Sin embargo esa moralidad o benevolencia, ese amor que nos es natural como seres humanos, sí que nos ayuda a buscar lo trascendente. Todos los hombres, aunque hayan vivido una larga vida en comunidades aisladas, tienen una noción del bien y del mal, de lo que podríamos llamar “leyes naturales”, que no son otra cosa que las leyes de Dios. La economía, como materia de estudio de las actividades del ser humano, actividades que ocupan la mayor parte del limitado tiempo del que éste dispone, tampoco puede ser ajena a la verdad, al hecho irremediable de nuestra mortalidad y nuestra necesidad de trascendencia más allá de lo físico y lo científico. Nuestras actividades diarias han de estar guiadas por nuestros objetivos trascendentales, pues sin ellos éstas carecen de todo sentido. Paradójicamente el camino para mejorar este mundo parte siempre de concebirlo como un mero tránsito, tal y como nos sugiere, de manera intuitiva y natural, su temporalidad. Sólo en este marco se puede trabajar y vivir con esperanza. Si no, ¿para qué producir?.

martes, 31 de mayo de 2011

La belleza de los pequeños negocios

Artículo publicado en Distributist Review.

La belleza de los pequeños negocios

martes, 24 de mayo de 2011

Economía y espiritualidad: El consumo y la utilidad


¿Es posible disponer de modelos económicos más realistas?. Sí, si somos capaces de introducir en ellos factores de índole psicológica que expliquen el comportamiento humano mucho mejor que los clásicos modelos que atribuyen a los hombres comportamientos meramente robóticos. Pondremos a continuación como ejemplo la utilidad marginal del consumo, repecto al que es fácil de observar unas pautas de consumo no racionales, que han de estar por fuerza relacionadas directamente con motivaciones no materiales.

La utilidad o satisfación que produce el consumo de bienes, en relación con la capacidad de éstos para cubrir las necesidades humanas, ha sido objeto de atención de grandes economistas como William Stanley Jevons o Vilfredo Pareto. Más allá del debate sobre si la utilidad es medible o sólo comparable, sí que existe cierto consenso sobre el comportamiento de la misma: la utilidad crece conforme crece la cantidad de bienes que consumimos, hasta llegar a un punto de “saturación” en el que se vuelve decreciente. Se modelizaría por tanto mediante una curva de tres tramos significativos: un primer tramo en el que la utilidad marginal es creciente, un segundo tramo en el que se vuelve decreciente y un tercero, alcanzdo el “punto de saturación” en el que esta utilidad marginal se torna negativa.

El tramo más interesante para nuestro análisis es el tercero. ¿Cómo es posible que un aumento en la cantidad de bienes provoque una reducción de la satisfacción del consumidor?. Se trata de una cuestión básicamente filosófica y el enfoque “homo viator” del economista E.F. Schumacher nos puede servir como explicación de este fenómeno. La idea que el hombre está en el mundo como peregrinaje a un plano superior, o la mera existencia de este plano y el reconocimiento de la faceta espiritual del ser humano, concuerdan con la idea que el grado de satisfación de una persona durante su vida no obecede la mayoría de las veces a causas puramente materiales. En buena lógica se podría pensar que la curva de utilidad nunca podría ser decreciente, pues si una persona tiene a su disposición demasiados bienes bastaría con desacerse de los que le proporcionan utilidad marginal negativa para llegar al punto en el que maximiza su utilidad total. Pero no estamos hablando de una toma racional de decisiones, sino de un comportamiento compulsivo, el consumismo, que puede llegar a cierto punto en el que el aumento del bienestar material genere mayor insatisfación personal. Resulta difícil explicar este fenómeno si no tenemos en cuenta la existencia de otro tipo de bienestar, el inmaterial o espiritual, y por tanto de un plano distinto al material y con mayor poder de influir en el bienestar de las personas que éste. Sin embargo, pese a ser de dificil explicación, es una idea intuitiva (“el dinero no da la felicidad”) bastante arraigada en nuestra cultura.

Valga este caso como ejemplo de una realidad incuestionable: no podemos tratar los asuntos económicos, ni tan siquiera intentar explicar el comportamiento humano, dejando al margen el plano espiritual.

viernes, 20 de mayo de 2011

Kretschmann und Württemberg

La reciente elección de Winfried Kretschmann como primer ministro del estado alemán de Baden-Württemberg (si puede pronunciar ambos nombres habla usted alemán), tras conseguir el partido verde la victoria en las elecciones regionales de dicho estado,marca un auténtico hito en la política del país germano y de toda Europa. Es la primera vez que un partido ecologista vence
en unas elecciones regionales alemanas o en cualquier tipo de proceso electoral de cierta importancia en Europa. Es el primer "verde" que se convierte en presidente de alguno de los "länder" alemanes, y el primer ecologista que alcanza un mandato de relevancia en todo el continente.

Pero lo más importante para nosotros es el perfil del personaje en cuestión. No se trata, como podríamos pensar desde la perspectiva española, de un "ecofreak" ultraizquierdista (grave contradicción, pues no ha habido regímenes más contaminantes ni destructores del entorno, cual orcos al servicio de Saruman, que los comunistas) que viste como un hippie, fuma lo primero que encuentra y celebra el solsticio de invierno en vez de la Navidad. Se trata de un católico romano, padre de familia, cuya ideología podría ser catalogada (con todo el margen de error que hay detrás de cualquier etiqueta) como social-conservadora o eco-conservadora. Pertenece por tanto al ala conservadora de su partido, aquella más centrada en la "Realpolitik". Si el ecologismo por sí sólo conforma una serie de ideas o principios muy generales que es preciso completar a la hora de desarrollar un programa de gobierno real, el señor Kretschmann, con su conservadurismo social, lo completa de una manera natural aplicando a los problemas de la sociedad urbana los mismos principios que inspiran a los que aman la naturaleza. ¿Puede haber algo más ecológico que el amor a la familia y la promoción de políticas sociales que la apoyen? ¿puede haber algo más antinatural que el aborto o la eutanasia?.

El cristianismo, en la medida en que aplica el amor para la solución de los problemas, promueve el cuidado y respeto por el medio ambiente, como parte fundamental de la Creación. Si un verdadero ecologista, que sintiese un amor sincero por la naturaleza más allá de las etiquetas políticas y el obsoleto debate izquierda-derecha, tratase de aplicar sus principios al gobierno de la sociedad humana, habría de llegar por fuerza a conclusiones similares que personas que iniciasen esa reflexión desde el cristianismo o el budismo. No es difícil que todos ellos lleguen a la conclusión de que la destrucción del medio ambiente es una consecuencia de la profunda crisis de valores que padece el ser humano de nuestro tiempo, hechizado por el materialismo y el relativismo moral.

El señor Kretschmann no es exactamente un distributista. Pero si su concepción cristiano-conservadora de la política y la sociedad puede difundirse a través de una etiqueta "de moda" y accesible para el público en general como el ecologismo, ¿no podrían hacer lo mismo las ideas distributistas?. El distributismo no debe conformarse con ser un credo marginal que fomente la creación de pequeñas comunidades aisladas, debe luchar dentro de los partidos y organizaciones sociales con cuyos fines es convergente por abrirse espacios y difundir y hacer accesible al gran público sus ideas, que son tan naturales y justas como el amor por la naturaleza o la familia. Los cambios políticos y sociales son lentos, a menudo llevan muchas generaciones, pero si las ideas y los valores consiguen difundirse entre los hombres, se acaban produciendo. ¿Quién hubiese dicho hace treinta años que un partido ecologista podría llegar a gobernar?.

lunes, 2 de mayo de 2011

Grandes esperanzas


Una dickensiana reflexión en verso...








Nacer pobre, dicen muchos,
nacer pobre es un castigo,
pues ha de heredar el hombre,
parca fortuna del niño.

La soledad del infante,
que vacila en su camino,
entre dudas y lamentos,
en un mundo triste y frío,

no es simiente generosa,
más no ha de dar fruto amargo.
La vida humilde nos hace,
a los ojos de Dios gratos,

nos da fuerzas de flaqueza,
nos deja ver lo sagrado,
la importancia de esas cosas
que nunca nadie ha comprado.

La vida holgada queremos,
todo lujo ambicionamos,
por tener algo que brilla,
creemos que ya brillamos.

La orfandad que nos acecha,
la angustia y el desarraigo,
no es por frío ni es por hambre,
ni es pan lo que precisamos.

Es la Gracia lo que anhela
el alma del ser humano,
el poder que ha de inspirarle,
a logros más elevados,

que ha de darnos la pureza
de corazón de los Santos,
la honradez del buen tendero,
la piedad del hermitaño,

la bondad del justo padre,
la caridad del hermano.
Muy poco más se precisa,
en el mundo que habitamos,

que sea su luz nuestra guía,
y por ello a Dios rogamos,
y que el hombre pueda al fin
ver esperanza en sus actos.




domingo, 27 de marzo de 2011

Distributismo en La Comarca


Ofrecemos a nuestros lectores la traducción al español del artículo "Distributismo en La Comarca" de Matthew P. Akers, publicado en el número de diciembre de 2009 de la revista Sant Austin Review. El artículo no sólo es una excelente introducción al distributismo que descubrirá a los lectores de Tolkien nuevos detalles sobre la profundidad del pensamiento distributista y católico del genial autor inglés, sino que nos plantea en la práctica (o más bien en la ficción) un ejemplo de una sociedad que ha podido ser restaurada después de pasar por las penalidades del industrialismo, el imperialismo, la destrucción medioambiental y la crisis social y moral que todos ellos conllevan.

Con este artículo el blog "El distributista" consigue un pequeño-gran avance en su modesto objetivo de poner a disposición de la comunidad distributista hispánica recursos y materiales distributistas hasta ahora disponibles tan sólo en inglés.

Nuestro agradecimiento a Matthew P. Akers (autor), Joseph Pearce y Robert Merchant (editores de Sant Austin Review) por su autorización para llevar a cabo esta traducción; y a Richard Aleman (presidente de la Sociedad para el Distributismo y co-editor de The Distributist Review) por su inestimable ayuda y colaboración.

DISTRIBUTISMO EN LA COMARCA

miércoles, 16 de febrero de 2011

El viejo molino


El viejo molino se yergue en la colina,
entre sus blancas aspas aire fresco fluye,
produce lo justo, del trigo hace harina,
sus ingresos nunca aumentan ni disminuyen.

Su rueda es de piedra,de cal su coraza,
simple es su ingenio y bella su estampa,
su forma sencilla el paisaje abraza.
Quisieran mis ojos ver rotar sus aspas,

mas se haya postrado, parado y en calma.
Otras máquinas rugen y en vano se afanan,
por saciar con mil cosas el hambre del alma,
que no es de productos sino de fe y de gracia.

Lo observo de lejos y el mundo se apaga,
entre el humo negro que todo lo empaña.
Quizás algún día el cielo esté limpio,
y volvamos de nuevo a ver volar sus alas.

domingo, 6 de febrero de 2011

Debate: distributismo, capitalismo y socialismo.

El distributismo remonta sus orígenes teóricos a la encíclica Rerum Novarum (1891) y la obra de G.K. Chesterton e Hilaire Belloc, fundamentalmente el libro de éste último titulado El estado servil (1912). Cuando estos textos fueron escritos, si bien el movimiento socialista estaba conociendo un fuerte impulso, aún no existía ningún país cuya economía se rigiese por una sistema basado en las ideas de Marx y Engels. Sin embargo tanto en Rerum Novarum como en El estado servil encontramos una acertada y visionaria preocupación por la posibilidad de que este tipo de sistemas se acabasen implantando, ya sea como reacción revolucionaria o, como temía Belloc y esperaban los socialistas fabianos, a consecuencia de la tendencia del capitalismo a la concentración de la propiedad, siendo entonces el comunismo la forma final de ese estado servil que forzaría a los hombres a trabajar como en los tiempos anteriores al cristianismo.

El blanco preferido de las críticas de los autores distributistas actuales, que han asistido durante el siglo XX y aún pueden ver en el XXI los desmanes y atrocidades provocados por los intentos de llevar a la práctica las ideas comunistas, es el capitalismo. Tal vez sea por considerar carente de sentido la lucha contra algo que se considera pasado, si bien el país más habitado de nuestro planeta se encuentra aún bajo un régimen que conjuga lo peor de comunismo y capitalismo, pero el hecho es que, leyendo autores como los habituales de distributist review (Thomas Storck, John Médaille, ...) da la impresión incluso de que muchos de ellos abogan por la existencia de un estado fuerte ("big goverment") más allá de la idea de las subsidiariedad (o más bien que, respetando este principio, ponen el listón mínimo de ésta demasiado alto). En cualquier caso, si bien las diferencias entre los tres sistemas son considerables, este aparente "cambio de enemigo" resulta cuanto menos significativo.


Preguntas:

1- ¿Cree que el distributismo puede calificarse como una "tercera vía económica"?.

2- ¿Considera que se encuentra equidistante de capitalismo y socialismo o lo ve más alejado de uno que de otro?.

jueves, 3 de febrero de 2011

Rimillas y sainetes: Tres acres y una vaca.

Por ser viernes, nos permitimos un divertimento.
Feliz fin de semana a todos.

Propiedades se nos niegan,
los más ni siquiera alcanzan,
a ganarse servilmente,
la vida con una paga.

Si tuviesen las familias,
lo que pocos acaparan,
que de natural es suyo,
otro gallo nos cantara,

¡verían esos potentados,
la gran empresa y la banca,
lo que puede hacer un hombre
con tres acres y una vaca!


miércoles, 2 de febrero de 2011

Política económica distributista (I)


La actualidad del debate político se encuentra centrada, por una vez, en el verdadero gran problema de la nación española (al menos en el orden material, aunque también está relacionado y no poco con otro tipo de problemas de índole moral), la lamentable situación económica que, tras años de burbujas artificiales y precios hinchados, nos deja un panorama realmente desalentador que condena a cerca de la cuarta parte de la población en edad de trabajar, y casi la mitad de los jóvenes, al desempleo.

Las políticas públicas desarrolladas no han aliviado el problema, sino que más bien han contribuido decisivamente a su agravamiento, pues han servido al interés de la gran banca y de la grandes fortunas de la construcción y otros sectores cercanos al poder, y los pocos recursos que se han destinado a los menos favorecidos se han hecho en forma de subsidios que no atacan el problema de fondo y tan sólo suponen, en el mejor de los casos, un parche temporal.

¿Pueden las ideas distributistas aportar algo de luz al asunto? ¿Qué medidas inspiradas por estas ideas se podrían implementar en nuestro país?.

Si la primera víctima de la guerra es la verdad, se podría decir que la primera víctima de la crisis es la justicia. Si la especulación inmobiliaria ha hecho rica a una minoría cercana al poder, ¿porqué sus desastrosas consecuencias han de ser pagadas por una mayoría de ciudadanos prácticamente desposeídos de propiedades (o endeudados hasta las cejas para poder poseer tan sólo un modesto hogar) por esa minoría?. Una política económica distributista debería comenzar por esa idea: la justicia económica, entendida como promoción de las oportunidades y el esfuerzo personal y valoración de la vida y la condición humanas por encima de las cuestiones materiales. Se deberían fomentar los negocios de base familiar y el acceso generalizado a la propiedad. Las actividades de pequeño tamaño tendrían que ser incentivadas y tener un régimen jurídico y fiscal más atractivo y sencillo. Se debería fomentar, a partir del principio de subsidiariedad, el resurgimiento de instituciones que puedan llegar allí donde las familias por sí solas no pueden (por ejemplo, para proveerse del crédito que ahora les hes negado). En general, no se trataría de una política destinada a crear algo nuevo y distinto, sino a restituir un orden económico que ha sido quebrado por la acción de especuladores y mangantes de diversas especies y pelajes. Se trataría de una labor de reconstrucción similar a la que desarrolló Sam Sagaz tras volver a la comarca en el tercer libro de "El Señor de los Anillos" y encontrar el infierno en el que su Comarca natal se había convertido en aras de la "modernidad".

Iniciamos en este blog una lista de medidas, sin aspiraciones de exhaustividad, que a nuestro juicio podrían mejorar la situación económica partiendo de planteamientos típicamente distributistas. La lista no está cerrada sino a la espera de que ustedes, estimados lectores, tengan a bien hacer sus aportaciones. La distribuiremos en 8 grandes bloques, si bien podrán añadirse, eliminarse o reagruparse bloques. Estos bloques serían:

I. MEDIDAS DESTINADAS A FOMENTAR LA EMPRESA FAMILIAR.

II. MEDIDAS DE APOYO ECONÓMICO A LAS FAMILIAS Y FOMENTO DE SU ACCESO A LA PROPIEDAD.

III. MEDIDAS PARA MEJORAR LA LIBERTAD DE ELECCIÓN DEL TRABAJADOR POR CUENTA AJENA.

IV. MEDIDAS DE DEFENSA DE LA COMPETENCIA FRENTE A POSICIONES DE ABUSO DE GRANDES EMPRESAS.

V. MEDIDAS DE DEFENSA DEL CONSUMIDOR FRENTE A POSICIONES DE ABUSO DE GRANDES EMPRESAS.

VI. MEDIDAS SOBRE SECTORES ESTRATÉGICOS PARA EL DESARROLLO ECONÓMICO Y SOCIAL.

VII. MEDIDAS PARA EL DESARROLLO DE ZONAS DEPRIMIDAS.

VIII. MEDIDAS PARA EL FOMENTO DEL ASOCIACIONISMO Y LA ECONOMÍA SOCIAL.


Para comenzar debatiríamos, si ustedes lo tienen a bien y agradeciendo de antemano sus aportaciones, las medidas que podrían incluirse en el primer bloque:

I. MEDIDAS DESTINADAS A FOMENTAR LA EMPRESA FAMILIAR:


I.1. Racionalización del régimen fiscal de los trabajadores autónomos y pequeñas empresas, empleando facturación y contabilidad telemática para la estimación directa de ingresos y gastos, eliminando de los módulos y la estimación objetiva, reduciendo los impuestos a estas empresas y aumentando la lucha contra el fraude y la economía sumergida.
I.2. Eliminación del impuesto de sucesiones para los bienes adscritos a actividades económicas que continúen los descendientes (hasta cierto importe).
I.3. Regulación (con un régimen legal y fiscal ultrasimplificado) y fomento de las "microactividades" (actividades económicas y artesanales desarrolladas a tiempo parcial por una persona y que, pudiendo ser el embrión de un futuro negocio, aún no generan ingresos suficientes para que esa persona se pueda dedicar a ellas en exclusiva).
I.4. Simplificación de los trámites para la creación de pequeños negocios.
I.5. Sustitución de la cotización obligatoria a la Seguridad Social de los trabajadores autónomos por un sistema voluntario con alternativas en el sector privado y asociativo/gremial.

lunes, 31 de enero de 2011

Distributismo y propiedad intelectual

Reciente está la polémica en nuestro país por la tramitación de la Ley “Sinde”, que en un principio permite la Administración cerrar webs que ofrezcan descargas ilegales sin autorización judicial y que ha provocado la dimisión de Alex de la Iglesia como presidente de la Academia de Cine. Desde este blog, además de solidarizarnos con Alex de la Iglesia y aplaudir su decisión, deseamos hacer una reflexión sobre la propiedad intelectual desde un punto de vista distributista.

Para analizar cómo se puede enfocar la propiedad intelectual, restringida en este caso a los "derechos de autor", desde el distributismo, puesto que éste no es un invento nuevo sino un intento de restituir las instituciones y los principios morales que gobernaron la economía (real o idealmente) en el pasado, creemos que lo mejor es empezar por ver cómo estaban las cosas siglos atrás, cuando la sociedad aún no se había vuelto “capitalista”.

En realidad nos podemos retrotraer en dos sentidos. En primer lugar, preguntarnos qué beneficio esperaban obtener los artistas de su arte en tiempos pasados. En segundo lugar, qué espera cualquier artista en el momento de decidir dedicarse al arte. Comenzando por lo segundo, si pensamos en los artistas de cualquier época que nos son preferidos, obtendríamos en la mayoría de los casos respuestas de tipo no económico. Si bien todos ellos merecen ser retribuidos en función de la calidad de su arte, pocos o ninguno buscaban en la actividad artística una forma de ganar dinero. Muchos más buscaban el reconocimiento, que pasa primero por la extensión del conocimiento de su obra, para la cual el pago de un precio por el disfrute de la misma supone una enorme barrera. El arte es una forma de expresión estética, que no se puede comparar con la fabricación de un producto estandarizado. Cubre una necesidad humana, pero no es una necesidad de orden material. La actividad artística no es una mera “actividad económica”, como la visión mecanicista y monetarista tan de moda en nuestra sociedad nos parece dar a entender.

Podemos imaginar el ejemplo de un juglar medieval. Éstos componían sus propias obras que contaban y cantaban en público. Si eran buenas, otros juglares las imitarían, no siempre al pie de la letra, permitiendo la difusión de la obra más allá de las modestas posibilidades del autor. No nos resulta imaginable que el juglar viera con malos ojos que otros extendiesen su obra, muy al contrario le resultaría grato que fuera conocida en el mayor número de lugares posible y daría una medida de su éxito como autor. De hecho, debido a este singular procedimiento de difusión, la mayoría de obras de este género que se han conservado lo han hecho sin que conozcamos el nombre de sus verdaderos autores. La obra era para ellos un fin y no un medio.

El arte como industria es un concepto moderno, típicamente capitalista, propio de una filosofía de vida industrialista y, en la mayoría de los casos, reñida con la calidad. Hoy en día, tanto en la música y la pintura como en el cine y la literatura, es conocido que podemos encontrar más “calidad” (con todo el sujetivismo que el término implica) en los circuitos independientes que en los de masas.

La idea de que disfrutar de una obra artística o literaria sin pagar es un delito (en la legislación española viene regulado por el Código Penal) nos resulta intuitivamente antinatural, más aún cuando no se considera delito, sino falta, el robo por cantidades como las que cuesta en el mercado disfrutar de esa obra. Más que el resultado de la labor de un cuerpo legislador que busca la justicia, parece una ley hecha para defender los intereses económicos de una clase privilegiada y cercana al poder. Otra cosa es que nos lucremos con el trabajo de otros, como hacen por ejemplos quienes venden obras pirateadas, eso sí que es intuitivamente de naturaleza similar a un robo y, en los límites de éste, 400 euros, debería ser considerado un delito. No diremos nada del canon digital, en el que no se produce disfrute alguno de obra alguna, salvo en grado de intolerable presunción. Si a esto unimos la opacidad de las sociedades de gestión, el cóctel para un negocio tan hiperregulado como injusto y cerrado está servido.

Por eso desde aquí entendemos que el disfrute de las obras de arte debe ser libre, buscándose fuentes de ingresos alternativas como la publicidad (ejemplos como Spotify marcan el camino a seguir) o el contenido extra en ediciones comerciales; se debería cambiar la legislación para que la conservación en soportes de las mismas sin permiso (el clásico pirateo sin lucro) pase a ser de nuevo una falta, castigada con una multa proporcional al coste del producto comercial; y se deje la consideración de delito tan sólo para los casos en los que se produzca un lucro y éste sea cuantitativamente similar al necesario para que un robo sin violencia sea considerado delito. Esto es lo que nos sugiere no ya el distributismo sino el más elemental sentido común.

miércoles, 26 de enero de 2011

Debate: las comunidades locales


Estimados lectores, le propongo en esta ocasión un nuevo modelo de "post" que busca ante todo su participación: se trata de abrir un debate en el que el "blogero" se limita a exponer unos hechos lo más objetivamente posible y a plantear una o varias preguntas sobre el mismo con el objeto de iniciar dicho debate. De este modo, aporta su opinión como un comentarista más y evita que aparezca en un lugar preferente. Ruego a mi tan reducido como apreciado grupo de lectores tengan a bien participar....

Exposición de los hechos:

Muchos seguidores del distributismo, especialmente en los Estados Unidos, han planteado y siguen planteando la formación de pequeñas comunidades más o menos autosuficientes de carácter local como una manera de organizar la actividad económica más justa y equitativa. Estas comunidades, generalmente en torno a una parroquia rural, renunciarían al consumismo y serían capaces de producir alimentos y bienes básicos así como servicios tales como la educación. Se trataría de minimizar la dependencia del exterior que, no obstante, siempre se daría en mayor o menor grado. Hablamos aquí de comunidades de ámbito local, no sectoriales como pueden ser los gremios o las cooperativas.


Preguntas:

1- ¿Considera que el desarrollo de pequeñas comunidades de ámbito local es una manera adecuada de llevar a la práctica el ideal distributista?.

2- ¿Cree que estas comunidades pueden llegar a darse o intentarse en Europa o por el contrario son un fenómeno restringido al continente americano?.

jueves, 20 de enero de 2011

Orígenes de Rerum Novarum (y II)


El capitalismo, como se ha señalado, habría surgido de manera incipiente ya desde la época renacentista (para algunos incluso antes). En el ámbito del comercio, el tamaño de las expediciones había hecho que algunos mercaderes se unieran creando primitivas sociedades mercantiles. El crédito había conocido, por idénticos motivos, un fuerte desarrollo tanto en volumen como en la profesionalización de sus prácticas y organización. Los banqueros, ya desde finales de la Edad Media, constituían una casta poderosa de cuyo favor no pocas veces dependían reinos e imperios. Pero por otro lado la moralidad de los préstamos, especialmente aquellos que no iban destinados a la inversión productiva y que se hacían ante situaciones de dificultad para el que los tomaba, seguía siendo un asunto discutido, especialmente desde el ámbito eclesiástico.

La mal llamada Reforma Protestante, que en teoría pretendía corregir algunas de las malas prácticas temporales de la Iglesia de su tiempo pero que en la práctica fue desde muy temprano un movimiento de ruptura radical con grandes cambios doctrinales, rompió también las trabas morales que el catolicismo ofrecía para el comercio injusto y la usura. Los protestantes, con sus teorías sobre la predestinación y la imposibilidad de alcanzar la salvación del alma mediante nuestras obras en este mundo, configuraron un sistema que separaba claramente el ámbito de lo espiritual del de lo material, permitiendo por tanto una más amplia libertad de acción en este segundo campo. De ese modo, cuestiones económicas como la moralidad de los préstamos o los precios, pasaban a estar fuera del ámbito de lo religioso.

Asimismo la creación de iglesias nacionales en sustitución de la Universal implicaba también un cambio en la consideración filosófica de quienes eran los verdaderos “hijos de Dios”. Si la Iglesia Católica extendía esa consideración a todos los seres humanos, interesando por tanto, aunque no siempre con éxito, a españoles y franceses a un trato justo y un esfuerzo de evangelización de los nativos en las nuevas tierras que descubrían y colonizaban; las nuevas iglesias nacionales no realizaron un esfuerzo similar y las colonias y misiones comerciales de ingleses y holandeses resultaron totalmente excluyentes hacia los indígenas, recibiendo por lo general tanto nativos como esclavos un trato deplorable. De este modo se puede afirmar que tanto el comercio intercontinental de bienes y esclavos como la colonización y explotación de los recursos de las nuevas tierras por parte de las naciones protestantes conoció muchas menos trabas morales que la de las católicas, permitiendo por tanto un mayor desarrollo de estas actividades por particulares (sin un control gubernamental o eclesiástico que velase por el trato a indígenas y esclavos) y una más sencilla y mejor considerada formación de grandes fortunas con él.

Pero la influencia más importante de este movimiento en la distribución de la propiedad, y se podría decir que una de las causas de la propia reforma y sobre todo del apoyo de los gobernantes del norte de Europa a la misma, no es otra que la confiscación y expolio de los bienes eclesiásticos. Las rupturas con Roma que se produjeron durante el siglo XVI fueron posibles en tanto que eran apoyadas por reyes, príncipes y nobles (en el sentido puramente heráldico del término), todos ellos ya de por sí grandes propietarios, que ambicionaban poseer y explotar esos bienes. Obviamente ellos fueron los grandes beneficiarios del reparto de los bienes eclesiásticos, fundamentalmente de las tierras de labor. Esto llevó a que en muchas naciones, particularme en Inglaterra, casi toda la tierra acabase concentrada en unas pocas manos. Ni que decir tiene que las condiciones que estos nuevos propietarios para con las personas que trabajaban la tierra, libres ya de impedimentos morales, pues suya y no de la lejana Roma era ahora tanto la tierra como la Iglesia, habrían de ser mucho más duras que las originales y tradicionales. En el caso inglés, esta tendencia se vió incrementada aún más cuando en la segunda mitad del siglo XVIII, alejada definitivamente la posibilidad de una vuelta de la dinastía legítima y pro-católica tras la derrota de los jacobitas, se procedió con las llamadas “enclosure acts” (actas de cercamiento) al cierre de los terrenos comunales que quedaban, que acabaron en manos de muy pocos terratenientes.

Esta concentración de la propiedad fue la clave para que, una vez llegados los avances técnicos, existiesen fuertes capitales capaces de llevar a cabo las inversiones necesarias. Como bien es sabido, cuando una sociedad se industrializa por primera vez el capital sólo puede venir o bien del exterior o bien del sector agrícola. En la Inglaterra de finales del XVIII y principios del XIX existían grandes fortunas de terratenientes agrícolas, miembros además de la nobleza, que, junto con otras fortunas procedentes del comercio colonial, resultaron decisivas para que se pudiesen acometer las inversiones en las nuevas industrias.

Ahora bien, ¿hubiese sido posible la Revolución Industrial sin concentración previa de la propiedad en unas pocas manos?. Según Hilarie Belloc, además de deseable hubiese sido posible recurriendo a la agrupación de los pequeños artesanos, que constituían la primitiva industria previa a la máquina de vapor, en instituciones de carácter cooperativo y gremial, que no mercantil. La diferencia radica en que en las primeras la propiedad y el trabajo recae en las mismas personas, mientras que en las segundas hay una división clara entre ambos. La herramienta de la cooperativa, de carácter subsidiario respecto de la familia, al igual que el Estado mismo, hubiese podido ser adecuada para abordar en conjunto las inversiones que la nueva tecnología precisaba. Pero eso no fue necesario ni posible en la medida en que los que ya dominaban la vida económica del país, los terratenientes, serían los que aportasen sus capitales provenientes de la agricultura en el desarrollo de la nueva industria. Esta minoría, haciendo uso de los instrumentos mercantiles, crearían las sociedades que realizarían las inversiones necesarias y el grueso de la población aportaría simplemente su trabajo a cambio de un salario que no se determinaría en función de criterios de reparto del beneficio industrial, sino de la oferta y demanda de mano de obra en una etapa de fuerte incremento poblacional y migración masiva a los nuevos centros industriales. Así pues la industrialización no hizo sino acentuar aún más el divorcio entre capital y trabajo que ya existía en la sociedad agrícola previa y que es la característica fundamental, junto con la hiperconcentración de la propiedad, de un sistema capitalista.

Este sistema económico, extendido ya a casi toda Europa y otras zonas tras la Segunda Revolución Industrial, acabó siendo el caldo de cultivo para los planteamientos utópicos de los comunistas. Pero su solución no era sino acentuar más si cabe la concentración de la propiedad, hasta hacer que toda ella recalase en el Estado, mientras que los individuos segurían aportando tan sólo trabajo. Así se incrementaba tanto el divorcio entre trabajo y capital como el divorico entre gestión y propiedad, ambos nefastos dada la naturaleza egoista de la condición humana.

En lugar de ello, la encíclica Rerum Novarum, y los distributistas que posteriormente desarrollaron sus teorías a partir de ella (no es extaño que viniesen de Inglaterra, tampoco que el cardenal Manning, arzobispo de Westminster, tuviese un importante papel en la redacción de la encíclica), proponían la solución más lógica, humana y cristiana a los problemas planteados: la convengencia entre propiedad, trabajo y gestión.

jueves, 13 de enero de 2011

Orígenes de Rerum Novarum (I)

La encíclica Rerum Novarum (“de las cosas nuevas”), promulgada por el Santo Padre León XIII el 15 de mayo de 1891, además de ser el origen y la piedra angular de la Doctrina Social de la Iglesia, inspira y sirve como referencia o mandato para el posterior desarrollo por parte de Hilaire Belloc y los hermanos Chesterton del conjunto de ideas que denominamos “distributismo”.

Resultó una gran novedad y causó no poco sobresalto en la época que la Iglesia Católica irrumpiese de manera tan contundente en un debate tan mundano como el de la economía. Pero, ¿qué había llevado a esa situación?. ¿Qué clase de acontecimientos políticos y sociales habían provocado que la Iglesia fundada por San Pedro se ocupase de manera tan explícita por las cuestiones sociales?.

En primer lugar hemos de decir que la economía nunca ha estado exenta de implicaciones morales y ha sido, como todas las demás actividades humanas, campo de batalla entre el bien y el mal. En ese sentido, siempre ha sido objeto de atención por parte de los teólogos y eruditos de la Iglesia. En la época medieval era común que los eclesiásticos entrasen en debates cómo qué precios y margenes comerciales son moralmente aceptables o cuándo un préstamo es legítimo o cae en la pecaminosa consideración de usura. Los escolásticos, y con especial intensidad y erudición la Escuela de Salamanca, trataron las cuestiones económicas desde el punto de vista de la moral cristiana.

Por otro lado, a finales del siglo XIX las cuestiones económicas y sociales habían llegado en los países occidentales a una situación tan novedosa como extrema. Se encontraba en pleno apogeo el periodo de innovaciones tecnológicas y organizativas denominado Segunda Revolución Industrial. A diferencia de la primera, ésta afectó tanto a Inglaterra como a la gran mayoría de países europeos, Estados Unidos, los dominios británicos y Japón. Los descubrimientos científicos sin precedentes y su aplicación industrial generaron una traumática transformación de las sociedades de su tiempo. Las innovaciones aumentaron la productividad relativa del Capital como factor de producción, reduciendo la del Trabajo. Aún así la demanda de mano de obra en la industria, movida a su vez por la demanda de nuevos productos, creció incesantemente, provocando un profundo y continuado éxodo del campo a la ciudad. Esto dió lugar a situaciones en la que los trabajadores muy a menudo se veían avocados a interminables y agotadoras jornadas para conseguir un salario en el mejor de los casos de supervivencia en un entorno de precios al alza, ante el rápido crecimiento de la población en las ciudades, que les obligaba además a vivir en condiciones de hacinamiento en los nuevos barrios periféricos. Además esa migración masiva del campo a la ciudad junto con el crecimiento poblacional había provocado que la mano de obra fuese relativamente abundante, con la consiguiente pérdida de poder de negociación ante un capital más escaso y concentrado y mucho mejor organizado. Esta situación, como es sabido, fue caldo de cultivo para el intento de aplicación práctica de las teorías sobre la lucha de clases de Marx y Engels, y el movimiento revolucionario conoció en estos años una fuerte expansión, que comenzó con el experimento de la Comuna de París, tras la derrota francesa ante Prusia en 1871, y culminó con la revolución rusa durante la Primera Guerra Mundial.

Para entender como llegó la sociedad por sí sóla a un orden tan injusto que llevó a tantos hombres, no pocos de buena fe y muchos de ellos criados dentro de la Iglesia, al extraño camino propuesto por los revolucionarios, hay que analizar qué había sucedido con la economía en los siglos anteriores. En términos económicos, podemos decir que ya desde algunos siglos atrás se había iniciado lo que conocemos como “capitalismo” que a estos efectos podemos definir como el sistema económico en el que el Capital está concentrado en unas pocas manos y la mayoría de la población queda como mera oferente de Trabajo. Los expertos suelen coincidir en señalar al sur de Alemania y al siglo XVI como cuna y nacimiento del capitalismo, curiosamente el mismo lugar y tiempo del origen de la llamada Reforma Protestante. Los cambios tecnológicos de la Primera Revolución Industrial, que afectó principalmente a Inglaterra, hacían que el desarrollo pasara por la construcción de grandes fábricas e ingenios mecánicos para los que eran precisas tanto una gran concentración del capital como una extensión y divulgación de las prácticas societarias y crediticias. Para ello y en base a las “economías de escala” generadas, tenía sentido que en nombre de la eficiencia económica el capital quedase concentrado en unas pocas manos que fuesen así capaces de abordar esas grandes inversiones. Ahora bien, siguiendo a Hilaire Belloc (“Historia de Inglaterra”, “Europa y la Fe”) podemos indicar que esos cambios tecnológicos no provocaron por sí sólos la concentración del capital, sino que se encontraron con un capital que, al menos en el caso inglés, ya previamente había sido concentrado en muy pocas manos por un fenómeno aparentemente de naturaleza religiosa pero de gran implicación económica y que había marcado toda la política europea en los tres siglos anteriores: la Reforma Protestante.

(En el próximo artículo analizaremos la influencia de la reforma protestante en el proceso de concentración de la propiedad).

domingo, 9 de enero de 2011

La Escuela de Salamanca: Un precedente del distributismo


La Escuela de Salamanca es uno de los exponentes más valiosos y a la vez desconocidos de nuestro "Siglo de Oro", que no fue sólo un periodo de esplendor para las artes españolas, sino también para la ciencia y la educación académica en nuestro país. Conocido es el prestigio que alcanzó la Universidad de Salamanca en su momento y cómo sus máximos exponentes viajaron por las principales universidades europeas difundiendo sus teorías. Sin embargo, la consolidación de la reforma protestante acabó cerrando los centros académicos del norte de Europa al influjo del academicismo católico del sur. A principios del Siglo XX el economista austriaco J.A. Schumpeter volvió a reivindicar la importancia de este movimiento y su decisiva aportación al desarrollo de la ciencia económica. Su principal exponente fue Francisco de Vitoria, siendo algunos de sus principales teóricos Martín de Azpilicueta, Tomás de Mercado, Diego de Covarrubias y Luis de Molina.
Entre las principales ideas económicas de esta escuela se encuentran: defensa de la propiedad privada como algo natural y beneficioso para la sociedad; los beneficios de la libre circulación de personas, bienes e ideas; teorías sobre los beneficios y precios justos; y estudios sobre la moralidad de los préstamos y el cobro de intereses en función de si su destino es el consumo o la producción.
Lo que, desde nuestro modesto punto de vista, enlaza a esta importante corriente de pensamiento ecónomico con el distributismo, surgido entre finales del siglo XIX y principios del XX a partir de la encíclica de Leon XIII Rerum Novarum, es el intento de buscar pautas para la actividad económica que sean compatibles con la moral cristiana. Algunas de las enseñanzas principales que Rerum Novarum, en particular las referidas a los beneficios de la extensión de la propiedad privada de los medios de producción (“Los hombres, sabiendo que trabajan lo que es suyo, ponen mayor esmero y entusiasmo”) y la inoperancia del socialismo como solución al problema del reparto desigual de los recursos se inspiran sin duda en las reflexiones de Francisco de Vitoria ("Si los bienes se poseyeran en común serían los hombres malvados e incluso los avaros y ladrones quienes más se beneficiarían. Sacarían más y pondrían menos en el granero de la comunidad").
Liberalismo y comunismo, que protagonizaron el gran conflicto ideológico del siglo XX, crearon sus propios paradigmas en función de objetivos como la eficiencia o la igualdad, que llevaban a la ausencia de aplicación de criterios morales en un caso y a un férreo e inhumano control de la sociedad y supeditación de la vida y voluntad de las personas a un fin supremo imposible de cumplir en el otro. Ambos son ajenos a la existencia de Dios, y por tanto de un orden moral que ha de impregnar cada actividad humana, también las de producción y comercio. El distributismo, tal y como pretendían los sabios de la escuela de Salamanca, intenta crear un orden justo pero no a cualquier precio sino partiendo de la justicia y moralidad de cada acción y de la libertad de elección de los hombres, que determina al mismo tiempo sus posibilidades de perdición o salvación. Que cada hombre y cada familia pueda acceder a la propiedad de su casa y sus herramientas de trabajo, que pueda producir y/o vender libremente, y que no dependa de gobiernos, grandes compañías o personas poderosas para tomar decisiones como qué consumir o donde trabajar, resulta tan intuitivamente natural como cristiano.