lunes, 15 de agosto de 2011

Madrid - Nowa Huta

Al poco de finalizar la Segunda Guerra Mundial las autoridades comunistas polacas decidieron erigir una nueva ciudad que representara los valores del socialismo en pleno cinturón metropolitano de la catolicísima Cracovia. Ni que decir tiene que la nueva ciudad se planificaría como oficialmente atea y no se permitiría en ella la construcción de iglesias ni los símbolos religiosos. La ciudad se llamó Nowa Huta (nueva siderurgia) pero todo el mundo la conocería como "la ciudad sin Dios".
Hoy en día, éste y otros intentos de prohibir las prácticas religiosas llevados a cabo por regímenes dictatoriales de todo tipo nos pueden parecer lejanos tanto en el tiempo como respecto a nuestra realidad social y política. Tendemos a pensar que, por el hecho de que primero el nazismo y después el comunismo hayan sido eliminados del poder, al menos en Europa, nos hemos librado de su influjo totalitarista. Nada más lejos de la realidad. Su terrible influencia sigue viva en nuestra sociedad e incluso dentro de nosotros mismos.
Las tendencias filosóficas surgidas en el XIX con la industrialización preconizaron un hombre nuevo y todopoderoso que habría de destruirse a sí mismo con saña y precisión durante la primera mitad del XX. Nietzsche anunció con euforia que Dios había muerto, y que el hombre sería ahora el rector de los destinos del Universo. Años después, un avezado periodista escribió la siguiente nota necrológica: "Nietzsche ha muerto. Firmado: Dios." Marx nos explicó que la lucha entre el bien y el mal es la lucha entre los obreros y sus explotadores, que utilizaban la religión para mantenerles dóciles y entretenidos. Quienes le siguieron habrían de soportar después sucesivas oleadas de más y peores esclavizadores. Quienes ignoran a Dios desconocen completamente la naturaleza humana.
Cuando en 1935 Pierre Laval, entonces ministro de exteriores francés, le pidió a Stalin un gesto de benevolencia hacia el Vaticano, el genocida respondió: "Pero, ¿cuantas divisiones tiene el Papa?." Décadas después, el comunismo fue vencido, pero no en los campos de batalla, sino en los corazones de los hombres que añoraban su libertad, secuestrada en nombre de su propia felicidad. La obsesión por lo material propia del industrialismo es una quimera, una utopía de usureros que no puede hacer felices a los hombres porque el hombre es algo más que materia y porque, en cualquier caso, su lado material es frágil y perecedero.
Todas las ideas, todos los proyectos de un mundo sin Dios han fracasado y han llevado siempre a problemas mucho más graves que los que pretendían solucionar. Pero no nos engañemos, la derrota de los regímenes que intentaron aculturar al hombre, alejándole de sus raíces y creando una nueva religión pagana que expulsaba a Dios para poner en su lugar a la nación, al líder o al partido, no ha implicado la derrota de las ideas que los originaron. El hombre del siglo XXI es hedonista, idolatra la juventud, la belleza y el éxito y desprecia a los que son débiles, indefensos o viejos, olvidando que todos seremos así alguna vez, en una suerte de darwinismo social similar al del fascismo. Reclama sus derechos y se inhibe de sus obligaciones, esperando que el Estado lo solucione todo, como bajo el comunismo.
Ante la visita del Santo Padre a Madrid con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, nos hemos encontrado con la reacción contraria de los sectores laicistas de siempre, agrupados bajo el lema "Madrid sin Papa." En realidad lo que buscan no es otra cosa que una "España sin Dios", en la que la religión sea tan sólo un aspecto particular y privado que se deba recluir puertas adentro de nuestros hogares. Esto nos ha traído a la mente el recuerdo de Nowa Huta, "la ciudad sin Dios."
En realidad la prueba más palpable de que las ideas que forjaron los regímenes totalitarios no han fracasado pese al hundimiento de éstos, la obtenemos al contemplar todas las grandes ciudades europeas modernas. Todas parecen Nowa Huta, todas son "ciudades sin Dios", pues la vida que se lleva en ellas y las normas que las rigen están muy alejadas del ejemplo de Jesucristo y, por tanto, de la propia tradición y cultura europeas.
Pero, ¿que pasó con Nowa Huta?. Como es bien sabido, ante la prohibición los obreros de Nowa Huta construyeron una cruz en secreto y la instalaron sobre la colina donde querían construir su iglesia. Sucesivas cruces fueron derribadas con bulldozers y vueltas a erigir por el pueblo polaco. Karol Wojtyla, entonces obispo de Cracovia, lideró la protesta pacífica personalmente y con gran valentía. Finalmente, con el trabajo manual de todos se erigió una iglesia sobre aquella colina, que representó un símbolo del triunfo del espíritu sobre la maquinaria y las armas.
La visita del Papa y la reunión de centenares de miles de jóvenes católicos es un gran acontecimiento para Madrid y para toda España. Por unos días la capital se convertirá en algo parecido a la "ciudad de Dios" que soñó San Agustín. Demos pues, como en Nowa Huta, una respuesta pacífica pero contundente frente a los que quieren alejar la religión de nuestros espacios públicos. Apoyemos la JMJ. Madrid, con el Papa. Madrid, ciudad de Dios.