lunes, 20 de diciembre de 2010

¿Es Mondragón un ejemplo de distributismo?

La Corporación Mondragón se nos refiere a menudo, especialmente en el mundo anglosajón, como ejemplo paradigmático de economía distributista. En "Distributist Review" se utiliza a menudo como ejemplo de dónde debería llegar una asociación cooperativa de personas con ideales distributistas.
El más reciente artículo sobre el tema, del australiano Race Mathews, disponible en español, no ahorra en elogios y parabienes sobre la experiencia corporativa guipuzcoana. Aunque la idea de que la quinta esencia del distributismo se halle situada en nuestro propio país nos resulte alagadora y regale nuestros oídos, el hecho es que esta alta consideración distributista que los autores anglosajones le tienen ha de ser analizada pues a nuestro juicio contrasta con la realidad práctica de la corporación.
Lo que confiere a la corporación Mondagrón su cariz distributista es su carácter de cooperativa y el hecho de que es propiedad, en teoría, de los que trabajan en ella y lo que la hace destacar sobre otras cooperativas es su éxito en el mercado con conocidas marcas como Eroski o Fagor. Si bien desde aquí no pretendemos negar sus virtudes como cooperativa y alabamos la labor social de su Fundación, cabe plantearse si el hecho de ser una cooperativa es suficiente para ganarse el calificativo de "distribustista". Hilaire Belloc, en "El estado servil" establecía que las cooperativas, al igual que el estado, son entes subsidiarios que permiten a las familias llegar donde por sí sólas no podrían. Por ejemplo, para realizar una producción industrial eficiente y competitiva. Sin embargo, al igual que el estado, no son el sujeto natural del distributismo, que no son sino las familias sobre las que debe caer la propiedad de los medios de producción.
Al tratarse de una corporación con gestión profesionalizada, la actuación de Mondragón en el mercado no difiere mucho de la de otras grandes compañías. ¿Que diferencias podemos ver entre Eroski y otros hipermercados?, ¿y entre Fagor y otras marcas de electrodomésticos?. La diferencia parece recaer casi exclusivamente en la forma social de la empresa. En Caritas in veritate (46) se nos enseña “Que estas empresas (…) adopten una u otra configuración jurídica prevista por la ley, es secundario respecto a su disponibilidad para concebir la ganancia como un instrumento para alcanzar los objetivos de humanización del mercado y la sociedad.” Una cosa es como se organice la empresa, cooperativa o no, y otra distinta la relación entre su actividad y la ética.
El tamaño de la empresa sí que resulta, en cambio, mucho más esencial para estudiar su función social. Como bien explicó E.F. Schumacher, en los grandes negocios de gestión profesionalizada se pierde todo el beneficio social y el bien que conlleva la gestión familiar de un pequeño negocio. En nuestra opinión el espíritu del distributismo, entendido como la propiedad familiar de los medios de producción, estaría más, por ejemplo, en una pequeña tienda de alimentación que ofreciera productos comprados directamente a los agricultores que en una cadena de grandes hipermercados tipo Eroski, por más que esta última fuese propiedad de muchos cooperativistas. No sólo es importante la propiedad del negocio, sino también el poder para gestionarlo Si sólo nos centramos en la propiedad, llegamos al "capitalismo popular". Pero los distributistas no defendían un mundo en el que todos tuviésemos acciones de grandes corporaciones industriales, sino un mundo restituido donde la familia fuese el núcleo de la actividad económica y social, la producción y el consumo se ajustasen a las necesidades, se respetase la naturaleza como creación de Dios, etc.
Por eso no consideramos que la "vía Mondragón", siendo un proyecto interesante y no carente de virtudes, sea el ejemplo de distributismo que los autores anglosajones parecen creer.

lunes, 4 de octubre de 2010

Lo pequeño sigue siendo hermoso

Hace 37 años el economista y pensador católico Ernst Friedich Schumacher escribió “Lo pequeño es hermoso”, considerado uno de los libros más influyentes del pasado siglo. Hombre de profundas convicciones cristianas y al mismo reputado economista que asesoraba a gobiernos tanto occidentales como del tercer mundo, supo combinar lo mejor de la sabiduría y la religión tradicionales con su conocimiento del mundo moderno para crear una filosofía económica propia y diferente a todo lo visto hasta entonces. El subtítulo del libro, toda una declaración de intenciones, era “la economía como si las personas importasen”. Schumacher denunciaba, en particular, el carácter antihumano de un materialismo cientifista que paradógicamente tenía su origen en el autodenominado humanismo. La visión moderna de un hombre centrado exclusivamente en lo material, prescindiendo de su dimensión trascendental y por tanto de su alma, había creado un mundo mecaniscista y despiadado, en el que la pretensión de aislar al hombre de Dios no sólo no traía el paraíso a la Tierra, sino que condenaba a ésta a la autodestrucción a través del agotamiento de sus recursos. Su preocupación cristina por el medioambiente, que le valió la etiqueta de “eco-conservador”, parte de la crítica a la consideración tradicional de los recursos naturales como materia prima, sin tener en cuenta la restricción que supone el carácter limitado de los mismos. Para él todo bien natural, fruto de la Creación y a partir de cuya transformación el hombre puede manufacturar otros bienes (pero no crear a partir de la nada, algo que sólo puede hacer Dios), debe ser considerado como capital, es decir, como factor que contribuye, junto con el trabajo y la inventiva humanas, a la producción, pero que debe ser repuesto adecuadamente para impedir su agotamiento, pues éste habría de llevar al colapso del sistema productivo. Paralela a su preocupación ecológica, se encuentra su filosofía sobre la felicidad y el trabajo. Denunciando que el análisis económico se preocupe de la producción y del consumo de bienes y servicios antes que de los trabajadores y los consumidores, los seres humanos, propone una concepción del trabajo que fomente la creatividad y la autorealización del trabajador y un consumo responsable que atienda tanto a las necesidades materiales como a las espirituales. El otro gran tema de su libro, que inspira el título del mismo, es su crítica a la tendencia moderna hacia el gigantismo empresarial, derivada de lo que se considera una aplicación racional de las tecnologías para aprovechar las economías de escala. Schumacher contrapone a esta idea lo que el denomina como la “belleza de lo pequeño”. Las personas sólo podemos sentirnos a gusto en ambientes hechos a una escala humana. Cuando las estructuras se hacen demasiado grandes se vuelven impersonales y tienden a excluir y alienar al individuo, pues su creatividad, su libertad, su voz y su fuerza se vuelven diminutas ante la monstruosidad de la organización. Esta idea, que a todos nos puede resultar intuitiva y fácil de ver en nuestra vida diaria (pensemos por ejemplo en la sensación que nos producen un hospital o un centro comercial de enormes dimensiones), no encaja en la lógica racionalista preocupada exclusivamente por los números y la eficacia.

Schumacher asistió horrorizado a lo que sólo era el principio de una tendencia que se ha acentuado notablemente en nuestros días: la de sustituir a la familia por el individuo como partícula mínima de la que está compuesta la sociedad y por tanto como centro de su preocupación y atención. Para él las familias son los átomos de los que una sociedad sana debe estar compuesta, pues sólo en ellas se dan en estado puro las condiciones de autolimitación personal en beneficio de otros más débiles necesarias para la vida en sociedad. Una sociedad, como la que lamentablemente vamos configurando día tras día, basada en el hedonismo individualista, priva al individuo de la verdadera felicidad de carácter inmaterial que producen el amor y la familia, una felicidad que se intenta infructuosamente reemplazar con un consumismo ilimitado y de naturaleza insaciable, que al final se acaba traduciendo en más y mayor depredación de los recursos naturales.

Más de un tercio de siglo después de la publicación de “lo pequeño es hermoso”, el escritor británico Joseph Pearce (autor de varias y muy inspiradoras obras editadas en español como “Escritores conversos” y “Tolkien: hombre y mito”) rememora aquel clásico con su libro “Small is still beautiful” (“lo pequeño es aún hermoso”, pendiente de edición en español). Pearce, que se autoconvirtió al catolicismo en su juventud leyendo a Chesterton en la celda de una prisión, al contrario de Schumacher, no es economista por formación. Sin embargo, esto no tiene porqué resultar una desventaja, pues su aproximación desde el exterior le permite cuestionar aspectos dogmatizados dentro de la profesión y su lenguaje claro y su magnífico estilo como escritor suplen de sobra cualquier cuestión terminológica. Pearce rejuvenece las premisas e ideales del clásico de Schumacher actualizándolos para su aplicación en los problemas más acuciantes del mundo actual. La preocupación por la ecología sigue ocupando un lugar central, y tras las tres décadas transcurridas no se hace sino constatar lo preclaro y acertado de las ideas de Schumacher. El enfoque de Pearce, como indica el subtítulo “la economía como si las familias importasen”, pone mucho énfasis en la importancia de la institución familiar, tan atacada y denostada en la actualidad, y su natural e “ilógico” funcionamiento basado en el altruismo y el amor frente al modelo mecanicista de homo oeconomicus que trabaja y consume de manera racional atendiendo a los niveles de salarios y precios, y cuya satisfacción resulta directamente proporcional a su nivel de consumo. En la realidad, escribe Pearce, el consumo no provoca satisfacción sino a corto plazo, y pronto, cual droga, reclama de mayor consumo para volver a provocarnos temporalmente esa falsa sensación de felicidad que da el disfrute de lo material. El libro de Pearce insiste en la importancia de un tamaño adecuado para la tecnología y para la empresa. Muy didáctio e ilustrador resulta su ejemplo sobre las fábricas de cerveza en el Reino Unido. A principios de los años 70, un proceso de fusiones redujo el número de empresas del sector a tan sólo 7 grandes, cuya competencia vía precios les había llevado a una fabricación masiva, estandarizada y de peor calidad. La clásica cerveza ale prácticamente había desaparecido del mercado. Un movimiento asociativo de consumidores reclamando la cerveza tradicional británica suposo, no sólo la aparición de mulititud de pequeños fabricantes dispuesto a hacer ale al estilo clásico, sino que los grandes productores readapataran también sus procedimientos para dar mayor diversidad y calidad a sus clientes. La aparición de gran número de pequeñas marcas aportó al consumidor mayores posibilidades de elección y revivió un sector que prácticamente había sucumbido al imperio de las economías de escala y la estandarización. Quizá la parte más controvertida del libro, al menos para el lector de formación económica, sea aquella en la que critica con dureza el “libre mercado” y en ocasiones la propia economía como materia de estudio. Si bien es fácil de estar de acuerdo con sus comentarios contra los excesos del laissez-faire y la miopía de los que creen fanáticamente en ajustes milagrosos (lo que el llama síndrome de Micawber, el personaje de Dickens que siempre confiaba su suerte a la providencia), no parece que las soluciones a los problemas del mundo moderno deban pasar por la instauración de nuevos barreras al comercio o la disolución de las asociaciones comerciales de países o de la zona Euro. Sí que resulta plausible en nuestra opinión la idea de que cuando ese libre comercio se da entre países de muy diferente nivel económico (por ejemplo entre Europa o Estados Unidos y China) se producen multitud de efectos perniciosos, pero desde nuestro modesto punto de vista, como en la teoría de los vasos comunicantes, los efectos son más bien negativos para los países más desarrollados y en buena parte positivos para los menos, si bien Pearce insiste en que los efectos son siempre negativos para ambos. En definitiva, el libro es un excelente compendio de ideas para los que busquen un enfoque humano y cristiano para los problemas económicos, así como para los que, desde una formación económica convencional, estén dispuestos a acercarse al mismo desde una visión no dogmática de la economía.

domingo, 31 de enero de 2010

¿Que es el distributismo?


Cuando hablamos de distributismo o distribucionismo nos referimos a un conjunto de teorías económicas y filosóficas desarrolladas principalmente por Hilaire Belloc y los hermanos Chesterton como aplicación práctica de la doctrina social de la Iglesia, expresada en las encíclicas papales, singularmente en la “Rerum Novarum”. En esta encíclica, que data de 1891, el papa León XIII criticaba tanto las injusticias del capitalismo industrial de la época, que ponía en manos de unos pocos los medios de producción y condenaba al servilismo a la mayoría de la población, como la solución propuesta por los socialistas, que negaba a las personas, en favor del Estado, las posesiones privadas que les son naturales, los frutos de su trabajo y, en última instancia, incluso la educación de sus hijos y la propia organización familiar. Como vía alternativa, la Iglesia apuesta por un trato justo a los trabajadores que incluya un salario lo suficientemente amplio como para cubrir las necesidades de su familia y además les permita ahorrar con la finalidad de adquirir propiedades. Es aquí, en la extensión de la propiedad a cuantas más familias mejor, y no en los movimientos revolucionarios de masas, donde la “Rerum Novarum” veia la solución a los problemas de su tiempo. Además, la extensión de la propiedad privada de los medios de producción tendría efectos positivos sobre la eficiencia, pues “Los hombres, sabiendo que trabajan lo que es suyo, ponen mayor esmero y entusiasmo”. Asimismo se hace énfasis en las ventajas de asociacionismo obrero de tipo gremial, cuando éste va dirigido a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. A partir de esta doctrina, pensadores cristianos como Belloc o Chesterton idearon un sistema económico en el que la propiedad de los bienes de producción estuviese ampliamente distribuida entre la población, de manera que cada familia pudiera ser propietaria de su hogar y los medios (el capital) necesarios para producir y ganarse el sustento.