El capitalismo, como se ha señalado, habría surgido de manera incipiente ya desde la época renacentista (para algunos incluso antes). En el ámbito del comercio, el tamaño de las expediciones había hecho que algunos mercaderes se unieran creando primitivas sociedades mercantiles. El crédito había conocido, por idénticos motivos, un fuerte desarrollo tanto en volumen como en la profesionalización de sus prácticas y organización. Los banqueros, ya desde finales de la Edad Media, constituían una casta poderosa de cuyo favor no pocas veces dependían reinos e imperios. Pero por otro lado la moralidad de los préstamos, especialmente aquellos que no iban destinados a la inversión productiva y que se hacían ante situaciones de dificultad para el que los tomaba, seguía siendo un asunto discutido, especialmente desde el ámbito eclesiástico.
La mal llamada Reforma Protestante, que en teoría pretendía corregir algunas de las malas prácticas temporales de la Iglesia de su tiempo pero que en la práctica fue desde muy temprano un movimiento de ruptura radical con grandes cambios doctrinales, rompió también las trabas morales que el catolicismo ofrecía para el comercio injusto y la usura. Los protestantes, con sus teorías sobre la predestinación y la imposibilidad de alcanzar la salvación del alma mediante nuestras obras en este mundo, configuraron un sistema que separaba claramente el ámbito de lo espiritual del de lo material, permitiendo por tanto una más amplia libertad de acción en este segundo campo. De ese modo, cuestiones económicas como la moralidad de los préstamos o los precios, pasaban a estar fuera del ámbito de lo religioso.
Asimismo la creación de iglesias nacionales en sustitución de la Universal implicaba también un cambio en la consideración filosófica de quienes eran los verdaderos “hijos de Dios”. Si la Iglesia Católica extendía esa consideración a todos los seres humanos, interesando por tanto, aunque no siempre con éxito, a españoles y franceses a un trato justo y un esfuerzo de evangelización de los nativos en las nuevas tierras que descubrían y colonizaban; las nuevas iglesias nacionales no realizaron un esfuerzo similar y las colonias y misiones comerciales de ingleses y holandeses resultaron totalmente excluyentes hacia los indígenas, recibiendo por lo general tanto nativos como esclavos un trato deplorable. De este modo se puede afirmar que tanto el comercio intercontinental de bienes y esclavos como la colonización y explotación de los recursos de las nuevas tierras por parte de las naciones protestantes conoció muchas menos trabas morales que la de las católicas, permitiendo por tanto un mayor desarrollo de estas actividades por particulares (sin un control gubernamental o eclesiástico que velase por el trato a indígenas y esclavos) y una más sencilla y mejor considerada formación de grandes fortunas con él.
Pero la influencia más importante de este movimiento en la distribución de la propiedad, y se podría decir que una de las causas de la propia reforma y sobre todo del apoyo de los gobernantes del norte de Europa a la misma, no es otra que la confiscación y expolio de los bienes eclesiásticos. Las rupturas con Roma que se produjeron durante el siglo XVI fueron posibles en tanto que eran apoyadas por reyes, príncipes y nobles (en el sentido puramente heráldico del término), todos ellos ya de por sí grandes propietarios, que ambicionaban poseer y explotar esos bienes. Obviamente ellos fueron los grandes beneficiarios del reparto de los bienes eclesiásticos, fundamentalmente de las tierras de labor. Esto llevó a que en muchas naciones, particularme en Inglaterra, casi toda la tierra acabase concentrada en unas pocas manos. Ni que decir tiene que las condiciones que estos nuevos propietarios para con las personas que trabajaban la tierra, libres ya de impedimentos morales, pues suya y no de la lejana Roma era ahora tanto la tierra como la Iglesia, habrían de ser mucho más duras que las originales y tradicionales. En el caso inglés, esta tendencia se vió incrementada aún más cuando en la segunda mitad del siglo XVIII, alejada definitivamente la posibilidad de una vuelta de la dinastía legítima y pro-católica tras la derrota de los jacobitas, se procedió con las llamadas “enclosure acts” (actas de cercamiento) al cierre de los terrenos comunales que quedaban, que acabaron en manos de muy pocos terratenientes.
Esta concentración de la propiedad fue la clave para que, una vez llegados los avances técnicos, existiesen fuertes capitales capaces de llevar a cabo las inversiones necesarias. Como bien es sabido, cuando una sociedad se industrializa por primera vez el capital sólo puede venir o bien del exterior o bien del sector agrícola. En la Inglaterra de finales del XVIII y principios del XIX existían grandes fortunas de terratenientes agrícolas, miembros además de la nobleza, que, junto con otras fortunas procedentes del comercio colonial, resultaron decisivas para que se pudiesen acometer las inversiones en las nuevas industrias.
Ahora bien, ¿hubiese sido posible la Revolución Industrial sin concentración previa de la propiedad en unas pocas manos?. Según Hilarie Belloc, además de deseable hubiese sido posible recurriendo a la agrupación de los pequeños artesanos, que constituían la primitiva industria previa a la máquina de vapor, en instituciones de carácter cooperativo y gremial, que no mercantil. La diferencia radica en que en las primeras la propiedad y el trabajo recae en las mismas personas, mientras que en las segundas hay una división clara entre ambos. La herramienta de la cooperativa, de carácter subsidiario respecto de la familia, al igual que el Estado mismo, hubiese podido ser adecuada para abordar en conjunto las inversiones que la nueva tecnología precisaba. Pero eso no fue necesario ni posible en la medida en que los que ya dominaban la vida económica del país, los terratenientes, serían los que aportasen sus capitales provenientes de la agricultura en el desarrollo de la nueva industria. Esta minoría, haciendo uso de los instrumentos mercantiles, crearían las sociedades que realizarían las inversiones necesarias y el grueso de la población aportaría simplemente su trabajo a cambio de un salario que no se determinaría en función de criterios de reparto del beneficio industrial, sino de la oferta y demanda de mano de obra en una etapa de fuerte incremento poblacional y migración masiva a los nuevos centros industriales. Así pues la industrialización no hizo sino acentuar aún más el divorcio entre capital y trabajo que ya existía en la sociedad agrícola previa y que es la característica fundamental, junto con la hiperconcentración de la propiedad, de un sistema capitalista.
Este sistema económico, extendido ya a casi toda Europa y otras zonas tras la Segunda Revolución Industrial, acabó siendo el caldo de cultivo para los planteamientos utópicos de los comunistas. Pero su solución no era sino acentuar más si cabe la concentración de la propiedad, hasta hacer que toda ella recalase en el Estado, mientras que los individuos segurían aportando tan sólo trabajo. Así se incrementaba tanto el divorcio entre trabajo y capital como el divorico entre gestión y propiedad, ambos nefastos dada la naturaleza egoista de la condición humana.
En lugar de ello, la encíclica Rerum Novarum, y los distributistas que posteriormente desarrollaron sus teorías a partir de ella (no es extaño que viniesen de Inglaterra, tampoco que el cardenal Manning, arzobispo de Westminster, tuviese un importante papel en la redacción de la encíclica), proponían la solución más lógica, humana y cristiana a los problemas planteados: la convengencia entre propiedad, trabajo y gestión.
Estimado,
ResponderEliminarUd. dice: "El capitalismo, como se ha señalado, habría surgido de manera incipiente ya desde la época renacentista (para algunos incluso antes)." Al menos desde el punto de vista del Distributismo, el capitalismo surge a fines del s. XVII propiamente. Traté el tema en una entrada sobre la revolución inglesa, del que le cito dos párrafos:
Como dice Chesterton, “…cuando llegamos a Ana y al primer Jorge sin rasgos característicos, ya el rey no es el que cuenta. Príncipes mercaderes han reemplazado a todos los príncipes; Inglaterra se ha entregado al comercio y al desarrollo capitalista; y vemos establecer, sucesivamente, la Deuda Nacional, el Banco de Inglaterra, el Medio Penique de Word, la Burbuja de los Mares del Sur y todas las instituciones típicas del gobierno comercial. Aquí no discutiré si en conjunto es buena o mala la secuela moderna con sus monopolios metropolitanos, su control financiero complejo y prácticamente secreto, su marcha de maquinarias y su destrucción de la propiedad privada y de la libertad personal. Sólo expresaré que intuyo que aunque sea muy bueno, alguna otra cosa podría haber sido mejor.” [12]
A fines de 1692 tiene lugar lo que Belloc califica el “acontecimiento más notorio… desde la Reforma y la destrucción de la monarquía” [13], cuando un grupo de financistas, presenta el proyecto que dos años después dará nacimiento al Banco de Inglaterra. A cambio de un préstamo al rey de un millón y medio de libras al 8% anual, el Banco adquiría el derecho a emitir papel moneda. Al mismo tiempo, para el pago de esa deuda, se creaba un nuevo impuesto al tonelaje marítimo. En 20 años la deuda pública británica alcanzaría los 50 millones de libras. Se creaba de esta forma el sistema financiero moderno.
El capitalismo propiamente dicho comienza cuando desaparece, ya no sólo de facto sino también de jure, la condena de la usura y el capital monetario comienza a crear más capital (monetario).
Profundicé el tema en otra entrada con la naturaleza anónima del capital como nota esencial del capitalismo propiamente dicho.
Gracias por la aportación coronel Kurtz, siento no haber leído esos sus artículos antes, pero lo haré a partir de ahora mismo ;)
ResponderEliminarEl momento en que surge el capitalismo, así como el lugar, es asunto de controversia. Chesterton y Belloc escribían desde una perspectiva muy inglesa, pero muchos autores (algunos economistas liberales tal vez, pero a estos efectos nos da igual) lo situan en la Alemania del siglo XVI, con familias como los Fugger que montan grandes emporios tanto comerciales como crediticios en connivencia con las naciones de la época.
En cualquier caso, lo que me interesa para mi reflexión, no es tanto en qué momento surge el capitalismo sino sus conexiones con la reforma protestante y su "laxitud moral" en temas económicos que supone, como usted bien dice, el fin de la condena de la usura.
Saludos cordiales.
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