El más reciente artículo sobre el tema, del australiano Race Mathews, disponible en español, no ahorra en elogios y parabienes sobre la experiencia corporativa guipuzcoana. Aunque la idea de que la quinta esencia del distributismo se halle situada en nuestro propio país nos resulte alagadora y regale nuestros oídos, el hecho es que esta alta consideración distributista que los autores anglosajones le tienen ha de ser analizada pues a nuestro juicio contrasta con la realidad práctica de la corporación.
Lo que confiere a la corporación Mondagrón su cariz distributista es su carácter de cooperativa y el hecho de que es propiedad, en teoría, de los que trabajan en ella y lo que la hace destacar sobre otras cooperativas es su éxito en el mercado con conocidas marcas como Eroski o Fagor. Si bien desde aquí no pretendemos negar sus virtudes como cooperativa y alabamos la labor social de su Fundación, cabe plantearse si el hecho de ser una cooperativa es suficiente para ganarse el calificativo de "distribustista". Hilaire Belloc, en "El estado servil" establecía que las cooperativas, al igual que el estado, son entes subsidiarios que permiten a las familias llegar donde por sí sólas no podrían. Por ejemplo, para realizar una producción industrial eficiente y competitiva. Sin embargo, al igual que el estado, no son el sujeto natural del distributismo, que no son sino las familias sobre las que debe caer la propiedad de los medios de producción.
Al tratarse de una corporación con gestión profesionalizada, la actuación de Mondragón en el mercado no difiere mucho de la de otras grandes compañías. ¿Que diferencias podemos ver entre Eroski y otros hipermercados?, ¿y entre Fagor y otras marcas de electrodomésticos?. La diferencia parece recaer casi exclusivamente en la forma social de la empresa. En Caritas in veritate (46) se nos enseña “Que estas empresas (…) adopten una u otra configuración jurídica prevista por la ley, es secundario respecto a su disponibilidad para concebir la ganancia como un instrumento para alcanzar los objetivos de humanización del mercado y la sociedad.” Una cosa es como se organice la empresa, cooperativa o no, y otra distinta la relación entre su actividad y la ética.
El tamaño de la empresa sí que resulta, en cambio, mucho más esencial para estudiar su función social. Como bien explicó E.F. Schumacher, en los grandes negocios de gestión profesionalizada se pierde todo el beneficio social y el bien que conlleva la gestión familiar de un pequeño negocio. En nuestra opinión el espíritu del distributismo, entendido como la propiedad familiar de los medios de producción, estaría más, por ejemplo, en una pequeña tienda de alimentación que ofreciera productos comprados directamente a los agricultores que en una cadena de grandes hipermercados tipo Eroski, por más que esta última fuese propiedad de muchos cooperativistas. No sólo es importante la propiedad del negocio, sino también el poder para gestionarlo Si sólo nos centramos en la propiedad, llegamos al "capitalismo popular". Pero los distributistas no defendían un mundo en el que todos tuviésemos acciones de grandes corporaciones industriales, sino un mundo restituido donde la familia fuese el núcleo de la actividad económica y social, la producción y el consumo se ajustasen a las necesidades, se respetase la naturaleza como creación de Dios, etc.
Por eso no consideramos que la "vía Mondragón", siendo un proyecto interesante y no carente de virtudes, sea el ejemplo de distributismo que los autores anglosajones parecen creer.
Al tratarse de una corporación con gestión profesionalizada, la actuación de Mondragón en el mercado no difiere mucho de la de otras grandes compañías. ¿Que diferencias podemos ver entre Eroski y otros hipermercados?, ¿y entre Fagor y otras marcas de electrodomésticos?. La diferencia parece recaer casi exclusivamente en la forma social de la empresa. En Caritas in veritate (46) se nos enseña “Que estas empresas (…) adopten una u otra configuración jurídica prevista por la ley, es secundario respecto a su disponibilidad para concebir la ganancia como un instrumento para alcanzar los objetivos de humanización del mercado y la sociedad.” Una cosa es como se organice la empresa, cooperativa o no, y otra distinta la relación entre su actividad y la ética.
El tamaño de la empresa sí que resulta, en cambio, mucho más esencial para estudiar su función social. Como bien explicó E.F. Schumacher, en los grandes negocios de gestión profesionalizada se pierde todo el beneficio social y el bien que conlleva la gestión familiar de un pequeño negocio. En nuestra opinión el espíritu del distributismo, entendido como la propiedad familiar de los medios de producción, estaría más, por ejemplo, en una pequeña tienda de alimentación que ofreciera productos comprados directamente a los agricultores que en una cadena de grandes hipermercados tipo Eroski, por más que esta última fuese propiedad de muchos cooperativistas. No sólo es importante la propiedad del negocio, sino también el poder para gestionarlo Si sólo nos centramos en la propiedad, llegamos al "capitalismo popular". Pero los distributistas no defendían un mundo en el que todos tuviésemos acciones de grandes corporaciones industriales, sino un mundo restituido donde la familia fuese el núcleo de la actividad económica y social, la producción y el consumo se ajustasen a las necesidades, se respetase la naturaleza como creación de Dios, etc.
Por eso no consideramos que la "vía Mondragón", siendo un proyecto interesante y no carente de virtudes, sea el ejemplo de distributismo que los autores anglosajones parecen creer.
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